Llega el final de año, y se aproxima el comienzo de un nuevo ejercicio económico para las empresas, y con ello las empresas se disponen a cerrar sus presupuestos anuales de cara a dicho ejercicio.
El presupuesto anual sirve para marcar un objetivo, saber cuanto se va ingresar, donde se va a destinar y conocer nuestras necesidades de liquidez. Y por ende establecer un método para alcanzar dichos objetivos.
Un presupuesto consta de varias partes:
En primer lugar hay que establecer un presupuesto de ventas, para saber cuanto y como se va a vender. Cuanto somos capaces de vender con los recursos que disponemos.
También hay que planificar donde destinar esos ingresos para poder alcanzarlos, es decir que estructura debemos tener, que personal, instalaciones, medios, colaboradores…
Esto nos lleva a una planificación de posibles inversiones, ya que es posible que para alcanzar dichos objetivos tengamos que realizar inversiones, bien sea por aumentar capacidad, optimizar recursos o simplemente por renovar activos obsoletos o deteriorados por uso (incluso inversión en stock).
Todo esto debe considerarse con las políticas de cobros y pagos, que nos generarán unas necesidades o excedentes de tesorería, que sabiendo nuestros momentos de ventas y compras, con las políticas de cobros y pagos, podemos predecir el comportamiento de dicha tesorería.
Finalmente debemos concretar un presupuesto de financiación, ya que conociendo con anticipo cuales van a ser nuestras necesidades, podemos anticiparnos con suficiente tiempo para acudir a las fuentes de financiación, bien sea por necesidades de circulante por estacionalidad, o por inversión.
Una vez definido, la empresa tiene un objetivo marcado, que debe ir evaluándose continuamente para analizar desviaciones y causas.
“Lo que no se define no se puede medir. Lo que no se mide, no se puede mejorar. Lo que no se mejora, se degrada siempre”